martes, 4 de noviembre de 2008


José I Bonaparte
Nació en Corte (Córcega) en 1768, hermano mayor de Napoleón I. Casó en 1794, en Marsella, con Julie Clary, hija de un rico negociante, y con ella tuvo dos hijas. Merced a Napoleón, el Directorio le encargó varias misiones. Fue diputado de los Quinientos, y firmó los tratados de Luneville y de Amiens (1801-1802), así como el concordato con la Santa Sede. A la proclamación del imperio (1805) se convirtió en primer príncipe de la sangre, y poco después ocupó el trono de Nápoles, al ser depuestos los Borbones (1806). Presentado por el emperador a la Asamblea de notables (reunida en Bayona a mediados de 1808), el ya rey José entró en España a principios de julio, cuando el país se hallaba enzarzado en una áspera lucha por su independencia. Su primera estancia en el palacio madrileño no duró ni ocho días, pues la situación de descubierto en que quedó después de la capitulación de Bailén le obligó a escapar precipitadamente al resguardo de la frontera francesa, con su naciente corte. En la etapa de Vitoria (agosto a noviembre de 1808), José I reorganizó su gabinete, que quedó constituido así: ministerio-secretaría de Estado, Mariano Luis de Urquijo; Negocios extranjeros, duque de Campo-Alanje; Justicia, Manuel Romero; Hacienda, Francisco de Cabarrús; Guerra, Gonzalo O'Farrill; Marina, almirante Mazarredo; Indias y Negocios eclesiásticos, Miguel José de Azanza; Policía general, Pablo Arribas; posteriormente se agregó el marqués de Almenara, como ministro del Interior, y Francisco Angulo sustituyó en Hacienda a Cabarrús, a la muerte de éste (1810). Sin embargo, desde que el emperador entró en España para restablecer la situación militar, la iniciativa la tuvo el propio Napoleón (supresión de los derechos feudales y del consejo de Castilla, represalias contra los grandes de España, etc.). Por ello, el verdadero reinado de José Bonaparte no empezó hasta enero de 1809. Aunque pronto hubo de superar la peripecia nacida en torno de la indecisa batalla de Talavera (en que por un instante se tuvo la impresión de que las tropas nacionales iban a penetrar en Madrid, en agosto de 1809), no tardó -quizá por reacción- en dictar graves medidas políticas: supresión de la grandeza y de los últimos vestigios de la vieja administración, exclaustración total y consiguiente secularización de los frailes. La paz de Viena y, sobre todo, la victoriosa batalla de Ocaña (noviembre 1809) facilitaron la magna expedición a Andalucía, realizada por José I en los primeros meses de 1810, que fueron los más felices de su breve reinado español. En Córdoba, Sevilla, Málaga y Granada apareció José Bonaparte como un monarca ilustrado, tomando disposiciones para el progreso del país, entre ellas una organización prefectoral de España. Medida, no obstante, que había sido adoptada para contrarrestar los peligrosos efectos de los decretos imperiales de 8 de febrero, por los que, si bien con pretextos meramente militares, la zona situada a la izquierda del Ebro (Cataluña, Aragón, Navarra y País Vasco) era declarada exenta de la soberanía de José. Como que similar providencia pareció que iba a ser tomada respecto de las capitanías de Burgos y Valladolid, José Bonaparte, alarmado, determinó regresar a Madrid y enviar a la capital del imperio a su ministro Miguel José de Azanza, seguido a poco por el marqués de Almenara, con la misión de anular o atenuar los efectos de aquella desmembración. Entretanto quedaba en el mediodía español el mariscal Soult, actuando de hecho como virrey de Andalucía, lo mismo que hizo Suchet en Levante, luego de la conquista de Valencia en 1812. Habiendo fracasado la gestión de los dos ministros españoles en París, José Bonaparte aprovechó la ocasión de los festejos del bautizo del rey de Roma, en junio de 1811, para tratar de negociar él mismo con el emperador la revocación de los decretos del 8 de febrero. No tuvo otro resultado que la promesa de unos envíos periódicos de numerario para aliviar la exhausta situación de su Tesoro y la del nombramiento de jefe de las fuerzas imperiales en España, que no se hizo efectivo hasta la primavera de 1812, cuando Napoleón preparaba su campaña de Rusia. En cambio, otro acontecimiento imprevisto, la virtual anexión de Cataluña al imperio francés (enero-abril de 1812), con el envío de funcionarios imperiales para la administración del Principado, nubló de nuevo las perspectivas josefinas, si bien la verdad es que, desde 1812, el gobierno de José I no gravitó en modo alguno sobre estas provincias ibéricas. En 1812, pese a lo sombrío del panorama militar y al hambre que se abatió en toda la Península, se intentó hacer un último esfuerzo, aparentando la convocatoria de cortes generales, prevista por el estatuto de Bayona, con el fin de contrapesar la obra de las de Cádiz. La batalla de los Arapiles, victoriosa por parte de Wellington, determinó la segunda huida de José de Madrid (agosto 1812) y su refugio en Valencia, junto con todo su gobierno. Y aunque la capital pudo ser recuperada antes de concluir el año, ninguna labor gubernamental de provecho pudo ser llevada a término a partir de aquel momento. Vuelto a Francia en junio de 1813, José Bonaparte obtuvo el título de lugarteniente general del imperio hasta la caída de Napoleón, al año siguiente. Luego vivió en los Estados Unidos de América y en Gran Bretaña, hasta que en 1841 pasó a Italia. Murió en Florencia en 1844.

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